24 de febrero
San Matías, apóstol
(† 60 de J. C.?)
Habiendo caído el traidor Judas de la cumbre del apostolado, y acabado la vida con desdichado fin, escribe san Lucas en los Hechos Apostólicos, que después de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador a los cielos, estando todos los apóstoles y los otros discípulos del Señor juntos, se levantó san Pedro como cabeza y Pastor universal de todos, y después de haberles referido brevemente la maldad y castigo de Judas, les dijo que para cumplirse la profecía de David, se había de escoger uno de los que allí estaban y habían conversado con Cristo desde el bautismo de san Juan Bautista, hasta el día en que subió a los cielos, y pareciendo bien a todos los que allí estaban, y eran como ciento y veinte personas, de común acuerdo escogieron dos entre todos: a José, que por su gran santidad llamaban Justo, y a Matías.
Ambos eran de los setenta y dos discípulos. Pusiéronse luego todos en oración, suplicando humildemente al Señor que, pues él solo conocía los corazones, les manifestase a cuál de los dos había escogido, y cayó la suerte sobre Matías, concurriendo con gran consentimiento los votos en su persona.
Desde aquel día fue contado con los once apóstoles, y habiendo recibido con ellos y los discípulos el Espíritu Santo, comenzó a predicar el misterio escondido e inefable de la Cruz, con gran santidad de vida y con una lengua de fuego divino que encendía los corazones de los que le oían.
Después, en el repartimiento que hicieron los sagrados apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a san Matías le cupo Judea, donde convirtió muchos pueblos al Señor, y penetrando con su predicación y doctrina hasta lo interior de Etiopía, padeció muchos y muy graves trabajos de caminos por tierras ásperas y fragosas, y de persecuciones de los gentiles.
Finalmente, después de haber alumbrado con la luz de Cristo muchos pueblos que estaban asentados en tinieblas y sombras de muerte, selló como los demás apóstoles, con su sangre, la doctrina del Evangelio, muriendo apedreado y descabezado por amor de su divino Maestro. Su sagrado cuerpo, según la más constante tradición, fue traído a Roma por santa Elena, y hasta hoy se venera en la iglesia de santa María la Mayor, la más considerable parte de sus reliquias. Asegúrase que la otra parte de ellas se la dio la misma santa emperatriz a san Agricio, arzobispo de Tréveris, quien las colocó en la iglesia llamada de S. Matías.
Reflexión: Nos dice el Espíritu Santo: “Conserva la gracia que tienes para que no reciba otro tu corona”. Y la infelicísima suerte de Judas, a quien arrebató san Matías la corona gloriosa del Apostolado, nos ha de hacer temblar y entender que no hay lugar seguro en esta vida, si el hombre no vive con cuidado y recato, pues Lucifer cayó en el cielo, nuestro padre Adán en el paraíso, y Judas en el Colegio apostólico en compañía del Señor. ¡Oh qué tremendos son los juicios divinos! Teme, pues, y ama a Dios. Guarda con toda diligencia tu corazón y procura tenerlo siempre limpio y puro; si pecares, humíllate, y por muchos y muy graves que sean tus pecados, aunque negares a Dios y vendieres a Cristo (que nunca el Señor lo permita), nunca desesperes, como Judas, del perdón, porque nunca puede ser tan grave tu malicia, que sobrepuje a la misericordia de Dios. Mas si te obstinares en tus pecados, si quisieres estar de asiento en tus vicios, teme a aquel Señor que puede dar a otro la corona que te había reservado en el cielo.
Oración: ¡Oh Dios! que te dignaste agregar al Colegio de tus apóstoles al bienaventurado san Matías, concédenos por su intercesión que experimentemos siempre los efectos de tus misericordiosas entrañas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)