23 de junio
Santa Ediltrudis, reina y abadesa.
(† 679)
La gloriosa reina Ediltrudis, fue hija de Anás, rey de los ingleses orientales, varón muy religioso, el cual la casó con Tombrecto, príncipe de los girvios australes.
Viviendo con este príncipe guardó siempre la bendita Ediltrudis su virginidad y entereza. Y aunque por muerte de su esposo, fue segunda vez casada con Ecfrido, rey de los nordanimbros, con quien vivió por espacio de doce años, conservó siempre su pureza virginal, con el beneplácito del rey su marido, a quien ella quería y amaba más que a todas las cosas de esta vida.
Suplicole muchas veces le diese licencia para servir en un monasterio al Rey de los cielos, y al cabo de doce años lo consiguió, y se entró en un monasterio donde era abadesa Evacia, tía de su esposo, y allí tomó el velo de manos del santo obispo Wilfrido.
Fue nombrada después por abadesa de dos monasterios que fundó en su mismo reino, donde gobernó santamente a muchas devotas monjas, a quienes fue ejemplo de vida celestial.
Desde que entró en el monasterio no quiso traer más vestidura de lino, sino de lana. Entraba raras veces en los baños (tan usados por todas personas en aquellos tiempos), y estas en las fiestas principales, como el día de Pentecostés y Epifanía, y como si fuese sierva de todas sus hermanas, se ejercitaba con grande humildad en los más bajos oficios del monasterio.
No comía más de una vez al día, sino en los días de gran fiesta. Desde la hora de maitines hasta el alba estaba siempre en la iglesia en oración. Tuvo espíritu de profecía y profetizó una pestilencia que había de venir, y que-había de morir en ella, y nombró otros que también habían de morir en dicha peste, como sucedió.
Viéndose afligida con una muy penosa llaga en el cuello, daba continuamente gracias al Señor, sufriéndola con grande paciencia y alegría; y diciendo que Dios castigaba con ella la vanidad que había tenido en su juventud, cuando llevaba en la corte preciosos collares de perlas y diamantes.
Finalmente, después de una larga enfermedad, y de una vida purísima y llena de admirables virtudes, entregó su alma al Creador, y fue sepultada humildemente en un sepulcro de madera, como ella lo había dispuesto.
A los diez años de su muerte, su hermana Sexburga, viuda del rey de Cantua, que la sucedió en el gobierno del monasterio, mandó trasladar el santo cuerpo a un sepulcro de piedra, y lo hallaron sin corrupción alguna: y un famoso médico le miró la llaga que tenía y la halló cicatrizada como si estuviera viva, y se la hubiesen curado los cirujanos.
Reflexión: ¡Qué bella parece la flor de la virginidad resplandeciendo en la persona de una reina cristiana! Esta virtud guardó pura e intacta la gloriosa Ediltrudis, la cual, a pesar de ser esposa de dos reyes, no quiso perder el nombre de esposa del Rey de los cielos y Señor de los que dominan. Por esta causa enamorados los coros angélicos de la hermosura de aquella alma purísima la presentaron al trono del Rey de los reyes, el cual la coronó con inmarcesible diadema de gloria. Tengamos pues en grande estima y aprecio esta virtud celestial; y pensemos que si su hermosura es tan agradable a los ojos de Dios, que ha querido ser glorificado por ella en tantos santos, la fealdad de los vicios contrarios a esta virtud le son muy desagradables y dignos de aborrecimiento y severo castigo.
Oración: Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada reina Ediltrudis se conservase intacta aun en dos matrimonios: concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia; y podamos por la intercesión de la santa, observarla cada uno según pide su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)