22 de agosto: San Sinforiano

San Sinforiano
San Sinforiano

22 de agosto

San Sinforiano, mártir

(† hacia el año 180)

El ilustre mancebo y mártir de Cristo san Sinforiano nació en Autun, ciudad de la provincia de Borgoña en el reino de Francia. Su padre que se llamaba Fausto y era caballero rico y muy cristiano, le crio en nobles costumbres y temor santo del Señor. Siendo ya mancebo, Sinforiano era estimado por los mismos gentiles, por su mucha gracia y buen ingenio, y celebrando un día los paganos en aquella ciudad una fiesta muy solemne a Berecintia o Cibeles, cuyo ídolo llevaban en unas andas con gran pompa y majestad, a pesar de que todo el pueblo se postraba a adorarle, el valeroso joven Sinforiano no quiso inclinarse ante aquella estatua y monstruo infernal: sino que con gran desprecio le volvió las espaldas e hizo burla de él, de manera que fue notado y acusado al juez Heraclio.

Presentado ante el tribunal, y preguntado cómo se llamaba y quién era, respondió que se llamaba Sinforiano y que profesaba la ley de Cristo. Deseando el juez librarle de la muerte, por respeto a su nobleza y a su edad, le persuadía con muchas palabras, que obedeciese a los mandatos del emperador y adorase a los dioses. Mas el magnánimo mancebo no hizo caso ni de sus promesas ni de sus amenazas. “Yo adoro, le dijo, a mi Señor Jesucristo, a quién reverencian todos los hombres más virtuosos y santos del imperio; y me duelo de vuestra ceguedad, viendo que adoráis unos dioses tan criminales, que si vivieran, merecieran por toda justicia la pena de muerte”.

Enojóse sobremanera el impío juez oyendo semejantes razones, y mandó azotar bárbaramente al animoso mancebo, y echarle después a la cárcel, y dio sentencia que, sin probarle con otros tormentos, fuese degollado. Cuando le llevaban al suplicio, viéndole su santa madre, comenzó con grande espíritu y esfuerzo a exhortarle que muriese con alegría, y a decirle estas palabras: “Hijo mío Sinforiano, hijo de mis entrañas, acuérdate de Dios vivo, ármate de su fortaleza y constancia; no hay que temer la muerte que nos lleva a la vida. Alza, hijo mío, tu corazón, y mira a Aquél que reina en los cielos. No temas los tormentos, porque durarán poco, y piensa que con ellos no se te quita la vida, sino que se trueca por otra mejor. Por ellos alcanzarás hoy mismo la gloria de los santos, y la corona inmortal con que te convida Jesucristo”.

Todo esto dijo la santa madre a su amado hijo, el cual animado con sus palabras y con el espíritu del cielo, tendió el cuello al cuchillo, y fue descabezado fuera de los muros de la ciudad. Los cristianos tomaron de noche su cuerpo y lo enterraron cerca de una fuente, en la cual obró nuestro Señor por él muchos milagros.

Reflexión: Anímense los jóvenes con el ejemplo de este valeroso mancebo, mártir de Cristo, a hacer loables y heroicas acciones que redunden en honra de Dios, y sean de común edificación. En ellas estará bien empleada su magnanimidad y ardor juvenil. Porque, ¿qué valor es menester para dejarse arrastrar de la corriente del mal, de las pasiones desenfrenadas y de los perversos ejemplos? Para esto no hace falta el valor: el joven más cobarde y vil puede ser el más esclavo de sus liviandades y más falto de toda honradez y virtud. La gloria de los jóvenes está en que, a pesar de las malas inclinaciones de la naturaleza, de los malos ejemplos y de la corriente del mal, obren ellos el bien: y entonces son admirables y de grande ejemplo sus virtudes.

Oración: Rogámoste, oh Dios omnipotente, que cuantos celebramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado mártir Sinforiano, seamos por su intercesión fortalecidos en el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)

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