2 de septiembre
San Esteban, rey de Hungría
(† 1038)
Deseaba Geisa, soberano llamado Duque de Hungría, reducir a la verdadera fe y vida civil a los descendientes de aquellos Hunos, que por espacio de un siglo habían con saqueos y rapiñas devastado la Europa: mas el cielo había reservado tan gloriosa empresa para su hijo y sucesor Esteban, el cual después de dar principio a su felicísimo reinado con una sincera profesión de fe católica y con una protesta de filial sumisión a la Sede Romana, amplificó la jerarquía eclesiástica, sosegó los bandos de aquellas gentes que estaban en continua guerra, y llamó a sus estados a muchos santos y apostólicos varones para que les enseñasen la verdadera fe, y les redujesen a costumbres humanas y virtuosas.
Recibió este santo rey la corona real de manos del papa Silvestre, con la señalada prerrogativa de que le precediese la cruz, como apóstol de aquellas gentes: y el santo por su grande devoción a la Santa Sede, se hizo tributario de ella.
Para gobernar más acertadamente su reino, buscaba el parecer de los más prudentes señores y de los prelados; por cuyo consejo tomó por mujer a Gisela, hermana del emperador Enrique, y siguió con ella el camino de la virtud que había comenzado.
Edificó muchas iglesias y monasterios, y entre ellas la iglesia de Alba, que hermoseó con gran magnificencia por estar en la cabeza de su reino, y porque era hijo devoto de la Virgen santísima, la dedicó a nuestra soberana Señora.
También fuera de su reino levantó monasterios, colegios y hospitales para los húngaros, así en Roma como en Jerusalén y Constantinopla. Socorría, a los pobres con largas limosnas y con tan viva fe como si viera en ellos la persona de Jesucristo: y el Señor le pagó esta caridad con admirable gracia de curar toda suerte de enfermedades: de manera que enviándole a un pobre enfermo el socorro que había menester, y mandándole que se levantase de la cama, luego se levantaba del todo sano.
Mas, aunque Dios favorecía al santo rey en todas sus empresas, no dejó de purificarlo en el crisol de la tribulación, permitiendo que muriesen sus hijos en tierna edad, y le quedase solamente Emerico, en quien el rey se regalaba por ser muy virtuoso y de tan esclarecidas virtudes que mereció que la Iglesia le pusiese en el número de los santos. Pero al fin, también a este hijo le llevó el Señor en la flor de la edad con gran sentimiento del rey y de todo el reino.
Sujetóse san Esteban a la divina voluntad, y al poco tiempo, habiendo enfermado de muerte, recibió con gran devoción los Sacramentos de la Iglesia: dio libertad a muchos presos, mandó repartir a los pobres gruesas limosnas, y a los sesenta años de su edad, y en el día que había deseado morir, que fue el de la gloriosa Asunción de la Virgen a los cielos, entregó su alma santísima al Creador y pasó del reino de la tierra al reino celestial.
Reflexión: Admiremos en este santo rey la filial devoción con que siempre reverenció y obedeció al vicario de Jesucristo en la tierra, a quien reconocía por verdadero representante de la Majestad de Dios en el mundo: e imitemos nosotros tan santo ejemplo respetando con cristiana sumisión la suprema autoridad del papa, así cuando nos enseña las cosas de la fe como supremo doctor, como cuando nos manda como supremo pastor: entendiendo que si nos dejamos guiar de él, seremos ovejas de la grey del Señor; el cual en el día del juicio, nos pondrá a su mano derecha, y nos dará la posesión del reino de la gloria.
Oración: Suplicámoste, oh Dios todopoderoso, que concedas benignamente a tu Iglesia tener por defensor glorioso en el cielo al bienaventurado Esteban que fue propagador de ella reinando en la tierra Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)
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