18 de abril
El beato Andrés Hibernón
(† 1602)
El bienaventurado y fervorosísimo siervo de Dios, beato Andrés Hibernen nació en la ciudad de Murcia de padres pobres aunque eran hijosdalgo de Cartagena. Queriendo darle una cerrera, le enviaron a unos tíos suyos que vivían en Valencia; pero estos le hicieron guardar el ganado, en cuyo oficio llegó con admirable inocencia a la edad de veinte años.
Habiendo recibido ochenta ducados de manos de su tío, pensaba dotar con ellos a una hermana suya, pero como unos ladrones se los robasen, determinó de abrazar la Regla del Patriarca de los pobres: y tomó el hábito de fraile lego en el convento de Elche para servir a Dios con extremada humildad, penitencia y desnudez, ejerciendo los oficios de portero, hortelano, refitolero y cocinero.
Cuando andaba en las cosas de la cocina, maravillábanse los religiosos de que a pesar de verle casi siempre en oración guisase tan bien los manjares, en los cuales hallaban un sabor tan delicado, que parecía del cielo.
Tuvo después el cargo de limosnero, y era tanta la gracia del Señor con que pedía limosna por Jesucristo, que por su medio se pudo acabar la obra del monasterio de san Juan de Valencia, y el famoso noviciado de aquella custodia, y más tarde el nuevo convento de Murcia llamado el Real de san Diego.
Convertía a los pobres que se llegaban a la portería para pedir limosna, curaba milagrosamente a los enfermos, interpretaba con soberana luz los lugares difíciles de la Sagrada Escritura, penetraba los secretos de los corazones, y hasta los cardenales Doria y Borja y el arzobispo de Valencia beato Juan de Ribera, le veneraba como a santo.
Morando en Gandía, y entendiendo que se llegaba el día y la hora de pasar de esta vida, barrió con extraordinario aseo los claustros y corredores por donde había de pasar el Señor, a quien recibió por viático, y clavando los ojos en la imagen de Jesucristo crucificado, murió tranquilamente a los cincuenta y ocho años de su edad.
Tres días estuvo el santo cuerpo recibiendo los obsequios de los fieles de Gandía, sin que se oyesen en el templo otras voces que las aclamaciones de los que le llamaban santo, y las alabanzas de los enfermos que repentinamente alcanzaban la salud, por los méritos del siervo de Dios.
Reflexión: Ahí tienes un pobrecillo fraile lego de san Francisco, despreciable a los ojos del mundo, pero muy apreciable, grande y glorioso a los ojos de Dios. ¡Oh si entendieses en qué está la verdadera grandeza! ¡Cuán poca estima hicieras de las vanidades del mundo! ¡Oh si considerases que también ha de llegar un día para ti, en el cual no se hará ningún caso de tus riquezas, de tus honras y talentos, sino solamente de tus virtudes, y buenas obras! Este es el secreto de la sabiduría de Dios que nos enseñó su Hijo Unigénito: La verdadera grandeza es para los humildes; el reino de los cielos es para los pobres de espíritu y el gozo de Dios es para los que toman la cruz y siguen a Jesucristo. La sabiduría del mundo piensa y siente todo lo contrario: y por esta causa dice el apóstol, “que la sabiduría de este siglo es necedad delante de Dios”.
Oración: Oh Dios, que nos alegras con la solemnidad anual de tu confesor el bienaventurado Andrés, concédenos propicio, que los que veneramos su nacimiento para el cielo, imitemos también sus virtuosas acciones. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)