SAN ABRAHAM
Ermitaño
Quien hace que se convierta el pecador de su extravío
salvará su alma de la muerte, y cubrirá la
muchedumbre de sus propios pecados.
(Santiago 5, 20)
San Abraham, en la noche misma de su boda, dijo a su mujer que se había casado por obediencia a sus padres y que había decidido permanecer casto. Dejó su casa con el consentimiento de su esposa, y fue a esconderse en la soledad. Cuando su hermano murió, dejando una hija de corta edad, el Santo se hizo cargo de su educación. Ella devino con el tiempo en un modelo de virtud; mas el diablo la hizo caer en el pecado y la arrastró fuera del desierto. Rescatada por el Santo retornó para llevar una vida de soledad y penitencia, siendo un perfecto retrato de la santidad de su tío.
MEDITACIÓN SOBRE EL VALOR DE UN ALMA
I. Dios creó a nuestra alma a su imagen y semejanza; la hizo inmortal y la elevó sobre todas las creaturas de este mundo. Él quiere que gobierne a nuestro cuerpo durante la vida, y que, después de nuestra muerte, sea heredera del cielo. Reconoce la grandeza de tu alma, trabaja por ella; desprecia a tu cuerpo y a todos los bienes de la tierra. ¿Qué son estos míseros bienes en comparación de tu alma inmortal? y, sin embargo, para dar contento a tu cuerpo, ¡pierdes tu alma! Ten piedad de tu alma tratando de agradar a Dios.
II. Jesucristo ha muerto por todos los hombres, es una verdad de fe, mas, tan grande es su bondad, que lo hubiera hecho sólo por tu alma, derramando hasta la última gota de su sangre adorable. Mi alma vale, pues, la sangre de un Dios; ¿cómo la habría yo de entregar al demonio por un vano placer? ¿Qué ha hecho el demonio por ella? ¿Puede procurarle una felicidad duradera? Entreguemos nuestra alma a Jesús que la ha redimido, que quiere hacerla feliz por toda la eternidad.
III. De lo que antecede, saca dos conclusiones. Primero: debes perder todo antes que perder el alma; riquezas, honores, gustos, salud, todo esto es nada comparado con tu alma. Segundo: el gusto mayor que puedes dar a Jesucristo, la mayor gloria que puedes procurar a Dios es trabajar por la conversión de las almas, pues por ellas dio una sangre que no hubiera dado para impedir la destrucción del mundo. El hijo de Dios ha derramado su sangre por ti: ¡surge, alma mía, vales la sangre de Dios! (San Agustín).
El afán por la salvación del prójimo
Orad por vuestros padres
ORACIÓN
Oh Dios, que cada año nos alegras con la fiesta del bienaventurado Abraham, danos tu gracia para que celebrando la nueva vida de que goza en la gloria, imitemos sus virtuosas acciones en la tierra. Por J. C. N. S. Amén.
Tomado: de Meditaciones del P. Grosez