SAN MARTÍN DE TOURS
Obispo y confesor
Velad y orad a fin de no caer en la tentación.
Que si bien el espíritu está pronto, la carne es flaca.
(Mateo 26, 41)
San Martín, hijo de un oficial pagano en Panonia, deslumbrose en Pavía con los esplendores del culto cristiano. Catecúmeno a los diez años, siguió no obstante la voluntad de su padre y de su príncipe, y sirvió en el ejército romano. Un día, durante un rudo invierno, dio una parte de su manto a un pobre, y Nuestro Señor se le apareció la noche siguiente vestido con ella. Martín recibió entonces el bautismo, fue incluido entre los acólitos por san Hilario de Poitiers, fundó Ligugé, primer monasterio de las Galias, obró numerosos milagros y llegó a ser obispo de Tours a pesar de sus lágrimas. Fue entonces cuando fundó el monasterio de Marmoutier con 80 religiosos. Por todas partes prodigó su caridad, su abnegación, sus oraciones y su enseñanza, y murió lleno de días y de méritos hacia el año 397.
MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN MARTÍN DE TOURS
I. San Martín de Tours tenía tan grande respeto por Dios que no quería sentarse en las iglesias. A los que lo instaban a que lo hiciera, respondía que había que temblar en presencia de su Juez. ¿Con qué respeto y con qué modestia te mantienes tú en las iglesias? Jesucristo está allí en el adorable Sacramento del Altar; está en el tabernáculo para escuchar tus plegarias, para escuchar tus pedidos y no para ser espectador de tus inmodestias o de tus impiedades.
II. El medio ordinario de que se servía san Martín de Tours para lograr éxito en sus empresas era dirigirse a Dios, implorar su ayuda mediante la oración, el ayuno y otras austeridades. ¿Quieres tú tener éxito en todos tus proyectos? Recomiéndalos a Dios, haz algunas obras de piedad, ora, ayuna, da limosnas: es el medio para tocar el corazón de Dios y obligarlo a escuchar tus pedidos. Ensaya este secreto y no fíes tanto en tu prudencia.
III. San Martín de Tours, llegado a la hora de la muerte, oraba con tanto ardor como si estuviera gozando de plena salud; estaba acostado en tierra sobre ceniza y cubierto de un cilicio. Es preciso —decía— que un soldado muera con las armas en la mano. Con todo, el demonio se acercó para tentarlo, pero en vano; concluyamos de aquí que es menester combatir toda nuestra vida y hasta en la hora de la muerte. La penitencia y la oración son las armas que nos darán la victoria; sirvámonos de ellas hasta nuestros últimos momentos, porque solamente la perseverancia obtiene la corona. Todas las virtudes luchan por la recompensa; sólo la perseverancia es coronada (Pedro de Blois).
La caridad
Orad por los pobres
ORACIÓN
Oh Dios, que veis nuestra impotencia para mantenernos en el bien, haced, en vuestra bondad, que la intercesión del bienaventurado Martín, vuestro confesor y pontífice, nos fortifique contra las tentaciones que nos asedian. Por J. C. N. S. Amén.
Tomado: de Meditaciones del P. Grosez