1 de marzo
San Rosendo, obispo y confesor
(† 977)
El admirable obispo san Rosendo, nació de una de las más ilustres casas de Galicia y Portugal, y fue hijo de los condes don Gutiérrez de Arias y doña Aldara.
Procuró con gran cuidado la bondadosa madre inclinar al niño a las virtudes cristianas y educarle en las letras como a su calidad convenía; y se adelantó de manera en la piedad y en el estudio de las ciencias humanas y sagradas, que habiendo vacado el obispo de Dumio, todo el clero y el pueblo hicieron la elección de prelado en Rosendo que contaba a la sazón diez y ocho años.
La poca edad e inexperiencia que él alegaba para huir de aquella dignidad, suplirlas ventajosamente con su santidad y maravillosa prudencia. Todos los días predicaba al pueblo la palabra de Dios: mostrabase padre y tutor de los pobres a quienes repartía por su mano largas limosnas, y con su celo apostólico reformó las costumbres de toda su diócesis.
A instancias del rey don Sancho tomó el gobierno de la Iglesia de Compostela, en la cual hizo el copioso fruto que el rey deseaba.
Invadieron por este tiempo los normandos a Galicia, y los moros a Portugal: y estando el rey don Sancho ausente, congregó nuestro santo prelado Rosendo, un poderoso ejército, y animando a las tropas con aquellas palabras de David: Ellos en carros y caballos, y nosotros en el nombre del Señor, arrojó a los normandos de Galicia, y reprimió a los árabes alcanzando de ellos un glorioso triunfo, por el cual fue recibido en Compostela con grandes demostraciones de júbilo, como a vencedor asistido del cielo.
Mas suspirando el santo por la soledad, edificó en el pueblo del Villar el célebre monasterio de Celanova, uno de los más magníficos de la Religión benedictina, donde sirvieron a Dios muchos monjes de sangre noble y de vida santísima.
Dioles por padre a Franquila, abad del monasterio de san Esteban, y muerto este Santo varón, todos eligieron a san Rosendo. Algunos obispos y abades renunciaron la dignidad, y muchos señores nobles las grandezas del mundo, para tomar el hábito de manos del santo, y ponerse debajo de su paternal gobierno.
El Señor acreditaba su santidad con el don de milagros, los cuales fueron tantos en número, que de ellos se compuso un códice que se conservó en el monasterio de Celanova. Finalmente, a los setenta años de su vida santísima, envuelto en su cilicio, rociado de ceniza y visitado de los ángeles, entregó su espíritu al Creador.
Reflexión: En la hora en que murió el santo, preguntándole los monjes anegados en lágrimas a qué superior les encomendaba, respondió: “Confiad, hijos míos, en el Señor: poned en él vuestra confianza, que no os dejará huérfanos. Os encomiendo a Jesucristo, que os redimió con su preciosa sangre, y os congregó en este lugar”. Bajo su amparo nos hemos de poner también nosotros continuamente pero sobre todo en tiempo de tentación. ¿Qué mejor ayuda? ¿Qué mayor fortaleza para nuestra alma? “Si vinieren ejércitos contra mí, no temerá mi corazón. Si arreciare la batalla, en Él confiaré”, dice el profeta. Y a la verdad ¿quién podrá contra nosotros, si está de nuestro lado el Señor? ¿Acaso la tentación? ¿Acaso las angustias? ¿Acaso los trabajos? “Estoy cierto, decía el apóstol san Pablo que confiaba en el Señor, que ni la tribulación, ni el hambre, ni las persecuciones serán capaces de vencerme y separarme de la caridad de Cristo”. En Él venceremos también nosotros.
Oración: Suplicámoste, Señor Dios, que favorezcas a tus siervos por los gloriosos méritos de tu confesor y pontífice Rosendo, para que por su intercesión seamos siempre protegidos en todas nuestras adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)