1 de febrero
San Ignacio, obispo y mártir
(† 110)
En tiempo que imperaba Trajano, era obispo de Antioquía san Ignacio, que sucedió en aquella silla a Evodio, y Evodio a san Pedro. Tuvo Ignacio estrecha familiaridad con san Juan Evangelista y con san Policarpo, obispo de Esmirna, su condiscípulo y compañero, lo cual es grande argumento de su admirable santidad.
Hacía en todo, oficio de vigilante pastor y habiendo oído en una maravillosa visión que tuvo, multitud de ángeles que cantaban a coros himnos y alabanzas a la Santísima Trinidad, ordenó en su iglesia de Antioquía que se cantase a coros; lo cual siguieron e imitaron después las otras iglesias.
Vino en esta sazón a Antioquía el emperador Trajano, y mandando llamar al santísimo obispo le dijo: ¿Eres tú aquel Ignacio que te haces llamar Deífero y eres cabeza de los que hacen burla de los dioses? Yo, respondió el santo, soy Ignacio, y me llaman Deífero, porque traigo esculpido en mi alma a Cristo que es mi Dios.
Yo te prometo, le dijo Trajano, hacerte sacerdote del gran Júpiter, si sacrificas a los dioses inmortales. A lo cual contestó el santo pontífice: Soy sacerdote de Cristo, al cual ofrezco cada día sacrificio, y ahora deseo sacrificármele a mí mismo, muriendo por él, así como él murió por mí.
Finalmente, después de largas razones, no teniendo el emperador esperanza de hacer mella en aquel pecho armado de Dios, dio sentencia contra él que fuese llevado a Roma, y allí, en el teatro, echado vivo a los leones.
Lloraban todos los fieles de Antioquía, y habiendo el santo mártir encomendado al Eterno Pastor aquella Iglesia que había gobernado por espacio de cuarenta años, él mismo, con grande gozo se puso las cadenas y se entregó a los soldados y sayones que habían de conducirle a Roma.
Al pasar por Esmirna halló a su queridísimo amigo Policarpo, y se abrazaron el uno al otro, llorando Policarpo porque Ignacio le había ganado de mano, e iba antes que él a gozar de Dios por la corona del martirio. Y no sólo los fieles de Esmirna, mas también las otras iglesias del Asia le enviaron a visitar con sus obispos y clérigos.
Entró el fervoroso mártir de Cristo en el teatro de las fieras, y viendo que toda la ciudad le miraba y tenía puestos los ojos en él, les dijo estas palabras: No penséis, oh romanos, que soy condenado a las bestias por algún maleficio o delito indigno de mi persona, sino porque deseo unirme con Dios, del cual tengo una sed insaciable. Y oyendo los bramidos de los leones que ya venían, clamó: Trigo soy de Cristo, voy a ser molido por los dientes de los leones para hacerme sabroso pan de mi Señor Jesucristo. Y diciendo estas palabras, los leones hicieron presa en el santo, y le devoraron.
Reflexión: En una de las admirables epístolas que escribió a varias iglesias este gloriosísimo pontífice y mártir de Cristo, dice estas palabras: “El fuego, la cruz, las bestias, el ser mis miembros cortados, quebrantados, molidos, hechos pedazos, y la muerte de este miserable cuerpo y todos los tormentos del demonio vengan sobre mí, con tal que yo llegue y sea unido con Cristo, que ser rey de todo el mundo”. Cúbranse de vergüenza todos aquellos hombres carnales, que ni siquiera entienden este divino lenguaje, pero sepan que es Cristo muy sabroso para los que le aman y tienen el paladar purgado de todos los otros sabores sensuales y terrenales.
Oración: Señor Dios, por cuyo amor deseó el bienaventurado mártir san Ignacio, ser desmenuzado entre los dientes de las fieras para hacerse así limpio trigo de la cosecha del cielo, concédenos un verdadero anhelo de padecer mucho por ti y una firme constancia para tolerar lo que padecemos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)